Visitando a Faber-Castell
1 de abril de 2007 - numero_22
{toggle createdate}Hacía muy pocos minutos habíamos atravesado el centro de Nüremberg, el taxi llegaba a Stein; limpiando las ventanillas empañadas, divisamos la torre del campanario del castillo de Faber-Castell.
El símbolo de la localidad se erigía delante nuestro, arriba el fondo negro del reloj contrastaba los números romanos y agujas cuyo dorado resplandor parecía desafiar la gris mañana del invierno alemán.
Comenzaba nuestra visita a la casa matriz de Faber-Castell, el mayor productor de lápices del mundo (1.800 millones de unidades al año), ahora conoceríamos de cerca a la tradicional firma fundada en 1761 por Kaspar Faber. Un conjunto de edificios entrelazados conjugan la tradición que reside en sus museos, la productividad de su planta local y la dirección estratégica de sus 15 fábricas y 18 compañías comerciales, que conjuntamente facturan más de US$ 360 millones al año.
En el recorrido pudimos ver los lápices saliendo de líneas de producción casi totalmente automatizadas. Las máquinas producen una hilera de lápices al mismo tiempo a partir de tablitas de madera, las que tienen finas acanaladuras para contener las minas, que se colocan antes de aplicar pegamento y otra tablita encima, una vez secado esto se cepilla y se corta en lápices individuales. Posteriormente se pintan en varias capas, se imprime la marca y se afila la punta, para finalmente proceder al empaque. A nuestro paso, el proceso industrial no mostraba solamente una moderna automatización, sino además el esmero de los operarios por mantener el espíritu del visionario Lothar von Faber (4ta generación), quien se propuso hace más de 150 años “hacer lo mejor que se hace en el mundo entero”.
También fue posible fascinarse visitando El Museo del Grafito, de cuya reciente inauguración ya tratamos en una entrega anterior. La visita guiada nos llevó además al castillo, que simboliza la unión de dos familias que componen el nombre de la marca. Inaugurado en 1906 por el matrimonio compuesto por la Baronesa Ottilie von Faber y el Conde Alexander zu Castell – Rüdenhausen, a quienes se otorgó el permiso real para utilizar el apellido Faber-Castell.
Una recepción de estilo rococó francés, bibliotecas renacentistas, un amplio hall de entrada con elementos típicamente romanescos, un salón de baile con detalles barrocos, góticos y de art nouveau. En uno de los salones, los restauradores daban mantenimiento a las guardas de yeso filigrana del techo.
Imágenes en una de las habitaciones ,daban testimonio del protagonismo de ese inmueble durante la Segunda Guerra Mundial, tomado al principio por las Fuerzas Armadas alemanas, luego por las aliadas y posteriormente, albergando en la posguerra a los abogados y periodistas internacionales que cubrían los históricos juicios de Nüremberg, se dice que, entre otros, también Ernest Hemingway se alojó allí cuando se desempeñaba como corresponsal. Aunque lo particularmente deslumbrante para nosotros fueron las muestras que pueden contemplarse en algunos de sus salones: lápices en miniatura y alargadores en diversos materiales, que son históricas piezas de joyería; cajas de madera y metálicas para lápices de colores, que muestran el nacimiento y la evolución del packaging; cofres de viaje diseñados para los muestrarios usados en las giras de venta del siglo XIX, el tiempo no alcanza para verlo todo.
Así los días pasaron rápidamente, por la noche en algún restaurante era posible coincidir con ejecutivos de Faber-Castell, algunos procedentes de diversas partes del mundo se encontraban allí en plan de trabajo o de entrenamiento. Nada extraño para una corporación con representantes en 120 países, tampoco fue extraño compartir la cena con una veintena de ellos, entre los que se encontraba nada menos que el presidente de la firma, el Conde von Faber-Castell.