Los secretos del éxito económico alemán

20 de agosto de 2012 - Destacados

Imagínese un país cuyos habitantes trabajan menos horas y donde los niños pasan menos tiempo en la escuela que los demás.

Uno no asociaría esta imagen a la de una nación exitosa económicamente.

Sin embargo, la descripción que acabamos de hacer corresponde ni más ni menos que a Alemania, el centro industrial de Europa y el segundo mayor exportador del mundo; un país cuya economía ha detenido por sí sola la caída en recesión de la eurozona y la única nación lo suficientemente rica como para salvar al euro.

Cuando uno piensa que solo los holandeses trabajan menos horas que los alemanes -entre los integrantes de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico-, que los niños alemanes pasan un 25% menos de tiempo en la escuela que sus pares italianos y que sólo en Europa hay seis economías más productivas, uno se pregunta por qué entonces la economía de Alemania es tan poderosa y qué lecciones podemos aprender de ella.

Lazos y reformas

No hay duda de que Alemania se ha beneficiado enormemente con el euro.

Al asociarse con los países del sur de Europa, cuyas economías eran más precarias, Alemania adoptó una moneda mucho más débil de la que podría haber adoptado. Teniendo en cuenta que es una de las pocas naciones con un superávit en su balanza de pagos, el marco alemán habría sido bastante más fuerte que el euro.

Esta situación impulsó las exportaciones de Alemania, que, como resultado, son más baratas para los consumidores en el extranjero.

Pero ésto sólo explica en parte la bonanza actual de la economía alemana.

Otro factor importante son los niveles relativamente bajos de deuda privada.

Mientras que el resto de Europa se atiborró de créditos baratos durante la década de los 90 y del 2000, las empresas y los individuos alemanes no gastaron más de lo que podían.

Una de las causas de este fenómeno, dice David Kohl, economista del banco Julius Baer, basado en Fráncfort, es que las tasas de interés real en Alemania permanecieron estables, a diferencia de las de otras economías europeas.

“En Reino Unido, Italia, España y Portugal, la alta inflación hizo que las tasas reales bajaran, con lo cual el incentivo para pedir préstamos era alto”, explica Kohl.

Pero las diferencias culturales también influyen: a los alemanes les incomoda el concepto de pedir dinero prestado y prefieren vivir dentro de sus posibilidades.

Les da culpa pedir prestado, la gente tiene la idea de que “si tienes que pedir prestado, hay algo que estás haciendo mal”, señala el economista.

Y esto ha beneficiado particularmente a Alemania en los últimos años. A diferencia de sus contrapartes europeas, los consumidores y las empresas no necesitaron recortar sus gastos para reducir sus deudas cuando los bancos dejaron de ofrecer préstamos durante la recesión.

Pero también hay otro razón para explicar la actual preeminencia económica de Alemania: las -relativamente- pocas horas que la gente pasa en el trabajo o la escuela.

Alemania inició un programa de reformas en el mercado laboral en 2003, a raíz de los excesos en los aumentos salariales de la era postunificación, que moderaron el aumento de los salarios.

Las reformas sentaron las bases para un mercado laboral estable y flexible. Mientras que el desempleo en Europa y Estados Unidos se disparó durante la crisis global, el número de desocupados en Alemania apenas se modificó.

Los trabajadores estaban dispuestos a trabajar menos horas sabiendo que así podrían mantener su trabajo.

También se sentían inclinados a hacerlo poque el vínculo entre los trabajadores y los empresarios es más fuerte que en los demás países.

La clave está en la educación

Más importante aún para la fortaleza industrial de Alemania es el sistema educativo.

En la mayor parte del país las clases terminan a la hora del almuerzo para que los niños puedan pasar más tiempo con su familia.

Pero no es sino hasta la escuela secundaria donde se nota la gran diferencia del modelo alemán.

“La mitad de los jóvenes en los últimos años de la secundaria están haciendo un entrenamiento vocacional, y la mitad de estos está haciendo una pasantía”, señala Andreas Woergoetter, director de estudios por países del departamento de Economía de la OECD.

Los pasantes -de entre 15 y 16 años- pasan más tiempo en el lugar de trabajo que en la escuela. Y, después de tres o cuatro años, tienen garantizado un puesto tiempo completo.

Por otra parte, en Alemania, no existe -o al menos no de forma evidente- un estigma asociado al entrenamiento vocacional o a los colegios técnicos, como ocurre en muchos otros países.

“Nadie los considera como algo menor”, dice Woergoetter. “En algunos países, los directores de las compañías son aquellos que estudiaron en las universidades, pero en Alemania, si eres ambicioso y talentoso, puedes llegar incluso a los puestos más altos de las principales empresas”.

Así, el sistema educativo alemán es una suerte de fábrica de trabajadores altamente calificados para suplir las necesidades específicas de las empresas y centros manufactureros del país.

Aprender si, copiar no

Claramente hay mucho que aprender del modelo germano, pero con copiar las reglas no alcanza.

Muchas economías envidian la fortaleza de la industria alemana, sobretodo porque la demanda de sus productos industriales en los mercados emergentes como China no deja de crecer.

Pero hay que recordar, que no hasta mucho tiempo atrás, la situación era otra.

“Diez años atrás, nosotros en Alemania mirábamos al potencial de añadir valor agregado (mayor que el nuestro) del sector de servicios en Reino Unido”, explica el economista David Kohl.

“Hay límites al valor agregado que puedes producir en el sector industrial. Si quieres ser rico, necesitas estar en el sector de servicios”.

Y aunque hora parezca improbable, quizás un día Alemania vuelva a mirar a los demás en busca de inspiración.

Fuente: El Mostrador Autor: BBC Mundo

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